Proyecto “Lunático Esplendor”
(2017 – 2019)
Pintura y perfomática
en Luis Almendra
Lunático Esplendor: se trata del enunciado que contiene
la última auto-exposición de Luis Almendra
en la Casa del Arte José Clemente Orozco,
la casa de sus amoríos y odios. Su casa.
¿Y a qué refiere Almendra con tal titular?
Si partimos por lo de lunático encontramos que cualquier diccionario define la condición lunático-a como la particularidad de un individuo para cambiar brusca y constantemente de personalidad; tal como la luna que cambia de faz y consecuentemente de resplandor. Pero en un segundo momento Almendra no habla de resplandecer sino de aquello que es espléndido, es decir intenso y fulguroso. Una estrella entonces. Lo digo en el sentido que para ser estrella no significa, necesariamente, ser bacán para algo, sino de generar una acreción visual tal, que llegue a producir visibilidad aún sin luz. Sin luz no hay visualidad, aunque sí puede haber visibilidad, esa es la estrategia de Luzbel para resplandecer sin ser demasiado visible. O viceversa.
¿Y cómo logra tan esplendorosa acreción Luis Almendra? En esta ocasión recurre a darle con todo, por una parte retomando la pintura de gran formato, disciplina para la que posee genio o talento, ambas palabras (genio y talento) estrictamente prohibidas por los cuadros teóricos que no quieren nada con parábolas místicas; recordad que la palabra griega deamon, significa justamente eso: genio. Mientras que talento, ya se sabe, es el nombre de una moneda del capitalismo arcaico equivalente a 21.6 gramos de plata. Esplendorosa plata, la reificación de siempre. En este punto hay que recordar que alguna vez nuestro artista proclamaba su rechazo a todo lo que significara ostentar la genialidad de una autoría pituca, Luis Almendra no era de esos, era tan solo un espectáculo de interferencia, mejor dicho un “Huachistáculo”, contracción acuñada por Arnoldo Weber y Mario Jones para designar a un gnomo que en los años 80 animaba el espectáculo con que la siderúrgica Huachipato festejaba a su personal en navidad. Almendra era un niño que miraba desde la gradería, un niño deslumbrado, literalmente cazado en la niebla por un espectáculo esplendoroso. Fue así como también él devino Huachistáculo. Cosa curiosa; la palabra huachi-pato significa en mapudungun: “trampa para cazar pájaros”. Algo así.
Pero toda trampa incita a la fuga, entonces Almendra crece, corre, siempre está transpirando de tanto correr: así viaja, se rapa, se raspa, se rae, así, legrando el útero de su yo se re-produce, entonces surgen nuevos Luises y nuevos Almendras. Uno de ellos, el más distinguido, es el Conejo Rosa, disfraz rosado y afranelado tipo “enterito” que incluye una tapa trasera que posibilita acciones a poto a descubierto, lo que siempre puede ser necesario para un conejo rosado obsceno y apurado. Es por ese apuro que pienso en el conejo de Alicia (Lewis Carroll); siempre apresurado y quejándose por llegar tarde a la cita. Almendra se urge por eso, por llegar tarde a su cita con el reconocimiento universal. Pero claro, a quién no le ha sucedido.
Tal vez debiera (y debiéramos) acoger un consejo de Ricardo Piglia, el literato argentino quién aconseja que siempre hay llegar tarde a la moda, tarde a la cita, llegar tarde a todo, pero una tardanza entendida como resistencia al espectáculo frívolo de lo espectacular.
Pero la contención dentro del conejo rosa presenta también sus ventajas, dentro de él se puede ser desvergonzado y cínico, porque como todo disfraz, oculta para poder mostrar aquello que la timidez inhibe. Pero también puede operar como “conejo troyano”, es decir parecer un conejo tiernucho y algo patético, cuyo fin sería la infiltración pluralizada de sus reales intenciones interiores. Harta pega, es cierto, pero para eso es joven y cuenta con una buena cantidad de energía, tal como el rosado conejillo de Duracell, debe tener pila para rato.
Por tales razones podemos intuir que también en ésta, su más resplandeciente exposición en la institución universitaria, haya comparecido travestido en conejo; y aunque no le fue necesario desabrochar la tapa que se abre al trasero, de igual modo ejercitó su irónico y violento talante; algo así como un shock-art-soft tardío que procura poner bajo sospecha la vetusta institucionalidad del arte.
Pero cuando todos se van, cuando el uniforme de peluche rosa cuelga vacío por ahí, quedan las pinturas, las grandes pinturas de excelencia técnica, el oficio del autor de la auto-referencialidad genial y corporal gritada a todo Almendra, viñetas fuera de escala ejecutadas por algún Almendra de cómic, algún acólito del cínico Guasón.
Magníficas de verdad, sus pinturas se ofrecen como una auto-exposición de servicio deseante, sobre todo para l@s jóvenes estudiantes que la recorrieron alucinados. Un servicio porque en estos tiempos de nada, el deseo repone a la pintura su condición de disciplina matérica grávida de todo. Es que el trabajo pictórico se queda en el muro como prolongación real (no virtual ni inmaterial) del cuerpo, en este caso del cuerpo de un niño que temiendo llegar atrasado al reconocimiento del mundo, deviene espectáculo, un huachistáculo de sí mismo, pero que en realidad se trata de un dolor disfrazado, una cáscara que por dolorosa, se aleja de la escenografía de la frivolidad; un cuerpo pluralizado, perfomatizado y lunático corriendo inagotable por las territorios del por siempre jamás que prometían aquellos cuentos que aún vagan entre nosotros.
Edgardo Neira